martes, 13 de enero de 2009

Acá está el otro.



Había una vez un rey grande, en un país chiquito.
En el país chiquito vivían hombres, mujeres y niños.
Pero el rey nunca hablaba con ellos, solamente les ordenaba.
Y como no hablaba con ellos, no sabía lo que querían; y si por casualidad los sabía, no le interesaba.
El rey grande del país chiquito, ordenaba, solamente ordenaba: ordenaba esto, aquello y lo de más allá, que hablaran o que no hablaran, que hicieran así o que hicieran asá.
Tantas órdenes dio, que un día no tuvo más cosas para ordenar.
Entonces se encerró en su castillo y pensó, hasta que se decidió: “Ordenare que todos pinten sus casa de gris”.
Y todos pintaron sus casas de gris.
Todos menos uno; uno que estaba sentado mirando el cielo y vio pasar una paloma roja, azul y blanca.
“¡Oh, qué linda!, dijo maravillado, “pintaré mi casa de rojo, azul y blanco!”.
Y la pintó nomás.
Cuando el rey miró desde su torre y vio entre las casas grises una roja, azul y blanca, se cayó de espaldas una vez, pero enseguida se levantó y ordenó a sus guardias:
—¡Traigan inmediatamente a uno que pintó su casa de rojo, azul y blanco!
Los guardias aprontaron sus ojos para verlo todo, sus orejas para oír y se marcharon.
Pero mientras llegaban a la casa de “uno”, otro que viva en la casa vecina dijo:
“Qué linda casa; yo también pintaré la mía así”.
Y la pintó nomás.
Entonces cuando los guardias llegaron, no supieron cuál era la casa de uno y cuál la casa de otro, así que regresaron al castillo y hablaron con el rey.
—¡No puede ser —dijo el rey, y miró desde la torre. Al ver lo que vio se cayo de espaldas dos veces, pero enseguida se levantó. Y ordenó a sus guardias:
—Me traen a uno y a otro, ¡inmediatamente!
Pero ya un tercero había visto las dos casas de rojo, azul y blanco y en un instante pintó la suya.

*

Los guardias no tuvieron más remedio que regresar y preguntarle al rey:
—¿Qué hacemos, traemos a uno, a otro y a otro?
Entonces el rey se cayó de espaldas tres veces, y los guardias tuvieron que ayudarlo a levantarse.
—¡Traen a los tres! —dijo en cuanto estuvo levantado. Pero cuando los guardias bajaron, no había tres casas pintadas.
Había 333.333.
—Bueno— dijeron los guardias cuando terminaron de contarlas. —Se lo diremos al rey.
Y el rey se cayó de espaldas una vez, dos, cuatro, ocho, dieciséis, treinta y dos, sesenta y cuatro y ciento veintiocho veces.
Mientras se caía y lo levantaban, el rey ordenaba.
—¡Que me traigan todo lo que sea rojo, azul y blanco!
Los guardias bajaron ligerito.

*

En la ciudad había 333.333 casas rojas, azules y blancas, y las aceras eran rojas, azules y blancas, y los perros metían las colas en los tachos de pintura y luego se sacudían al lado de los árboles, los jinetes con sus ropas recién pintadas subían a los caballos y los caballos al galopar dejaban los caminos pintados; y las palomas mojaban sus patitas en los charcos de pintura que brillaban al sol, luego volaban a los palomares, y los palomeros pintaban las alas de las palomas así que cuando estas volaban por el cielo parecían barriles de colores: y todos las miraban y se sentían muy contentos.

*

Todo era rojo, azul y blanco.
Todo menos el rey, sus guardias y el castillo.
—¡Todo aquel que sea rojo, azul y banco debe marchar inmediatamente al castillo! ¡El rey lo ordena! —dijeron los guardias. Y todos hombres, mujeres, niños, ancianos, caballos, perros y pájaros, gatos y palomas, todos los que podían marchar, llegaron al castillo. Eran tantos, tantos, y estaban tan entusiasmados, que al momento el castillo, las murallas, los fosos, los estandartes, las banderas, quedaron de color rojo azul y blanco.
Y los guardias también.
Entonces el rey se cayó de espaldas una sola vez, pero tan fuerte que no se levantó más.

*

El rey de la comarca vecina, al mirar desde lo alto de su torre dijo:
—Algo ha sucedido, el rey del país chiquito ha cambiado el color de sus estandartes, enviaré a mis emisarios para que averigüen lo que ha sucedido.
—¿Qué ha sucedido?, ¿qué ha sucedido? —preguntaron los emisarios, cuando estuvieron en presencia del rey.
Pero el rey grande del país chiquito estaba tan caído, que ni siquiera podía contestar.

*

Entonces “uno” dijo:
—Resulta que yo estaba en la puerta de mi casa, tomando el fresco, mirando el cielo, y vi pasar una paloma roja, azul y blanca, y entonces... y siguió contando todo lo que había sucedido.
—Pondremos sobre aviso a nuestro rey –dijeron los emisarios del país vecino, no vaya a ser que le pase lo mismo.
Y marcharon al galope.
Claro que los caballos llevaban ya sus patas pintadas, y mientras galopaban, pintaban los caminos de rojo, azul y blanco...
Pero fueron las palomas, las que primero llegaron a la comarca del rey vecino.
Y uno que esta sentado en la puerta de su casa tomando el fresco, las vio y dijo:
—¡Oh, qué lindo!, pintaré mi casa de rojo, azul y blanco.
Y la pintó nomás y... como pueden ustedes imaginar este cuento que acá termina por otro lado vuelve a empezar.
Beatriz Doumerc . Ayax Barnes

La importancia de leer puede verse en la cantidad de libros y cuentos prohibidos y desaparecidos por el poder de los tiranos.

La ultrabomba de Mario Lodi y El pueblo que no quería ser gris de Beatriz Doumerc y Ayax Barnes eran cuentos que habían desaparecido pero gracias a Ana Cuevas de Unamuno y Manuel López los hemos vuelto a leer y los queremos compartir con todos:

La ultrabomba - Mario Lodi

En su fábrica patrón Palanca hacía bebidas con los residuos del petróleo. Pero nadie compraba esas bebidas porque eran negras y hacían venir dolor de barriga.
Entonces inventó una linda publicidad para convencer a la gente.
“Una bebida de Rey para la mamá, el papá y para vos.”
Y él se hizo rico, muy rico, casi como el rey.
Los ricos son siempre amigos de los reyes y también patrón Palanca se hizo amigo.
Una noche fue a cenar a su castillo y le dijo: “¡Hagamos una gran guerra! Yo te construiré la ultrabomba y vos me darás cien ultramillones. Yo seré el más rico del mundo y vos el rey de toda la tierra”.
“Bien”, dijo el rey. “Pero ¿cómo hacemos para convencer a la gente que haga la guerra por nosotros?”.
“Me encargo yo”, dijo patrón Palanca. Se hizo jefe de la televisión e hizo un noticiero lindo como la publicidad y todas las noches decía: “Es lindo combatir y morir por mí y por el rey”.
Y la gente creía en sus palabras mentirosas como bebía sus bebidas negras.
Mientras tanto patrón Palanca en su ultrafábrica nueva construía la ultrabomba, los aviones, los tanques, los fusiles, y todo lo que se necesitaba para hacer la gran guerra. Y le vendió todo al rey por cien ultramillones.
El día de la guerra la gente, en la plaza, miraba en la pantalla de TV al rey y al general Palanca. El general decía: “La guerra ha comenzado. Dentro de poco verán al avión que desengancha la ultrabomba sobre el enemigo que no sabe nada. Nosotros somos los más fuertes y venceremos. Viva yo y viva el rey.”
El avión había llegado sobre la ciudad más grande del mundo. El general ordenó: “¡Tirá la ultrabomba!”.
El piloto miró hacia abajo y vio los chicos que jugaban. Y pensó: “¡Si desengancho los mato!”.
Y volaba, volaba sobre la ciudad que brillaba al sol. Y no obedecía.
—¡Tirá la ultrabomba sobre el enemigo! —gritó el rey enojado.
El piloto volaba y decía:
—Sólo veo chicos y gente que trabaja... el enemigo no lo veo... el enemigo no está.
El rey el general gritaron:
—¡Son ellos el enemigo! Desenganchá y destruilos”.
Pero el pueblo y los soldados gritaron todos juntos:
—¡NO!
Gritaron tan fuerte que el piloto los escuchó. Entonces regresó, voló sobre el castillo y le dijo al rey:
—¡La bomba te la tiro a vos!
El rey y el general escaparon, y desde ese día comenzó otra historia. En toda la tierra, una historia sin guerra.

Texto: Mario Lodi.
Ilustraciones: I. Sedazzari
Traducción y Supervisión: Augusto Bianco.
Biblioteca di Lavoro. Editorial L. Manzuoli, Florencia, Italia.
Rompan Fila Ediciones, 1975
Buenos Aires, Argentina